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Opinión

  • “¡Qué grande es la Unión Deportiva Las Palmas!, … capaz de unir a enemigos entre sí para poder atacarla”. Era una frase que la escuchamos en más de una ocasión emitida por compañeros de la profesión, cronistas de diversas etapas en las que el teatro contextual del club representativo grancanario no era tan distinto al actual. Permítannos reservar su autoría, con la certeza de que es un argumento que podría tener perfectamente vigencia hasta la eternidad. Porque nuestra tierra tiene esas semillas divisorias también.

     

    Ese mismo club está ahora en otro punto de partida donde, tras un duro golpe, ha sido capaz de volver a conquistar algo que entendemos más valioso incluso que un ascenso. Recuperó lo que hace al equipo amarillo imperecedero, pieza de herencia emocional de unas a otras generaciones. Perdió el play off, pero vendrán otros caminos. Si el escudo de un club es el reflejo del estado del alma, la UD Las Palmas volvió a meterse en los corazones de miles de nuevos grancanarios y reverdeció en los de siempre. Si algo caracterizó el play off de 2022 es la multitud de jóvenes simpatizantes, aún infantes, que quedaron cautivados por las cargas de Jonathan Viera y su tropa. Ese amor es para siempre, con sus momentos de idilios o de enfados.

     

    Y lo primero que hemos escuchado tanto del presidente de la entidad, Miguel Ángel Ramírez, como en las últimas horas del director general de gestión, Patricio Viñayo, es una aceptación de la derrota con un sentido analítico de voluntades de cara al futuro. O, mejor, al presente. El regreso del sentimiento de patria chica tiene un valor incalculable; es lo que en otros lugares definen como sentimiento de pertenencia o, incluso, compromiso con los colores. Lo vivido en la etapa aún corta de García Pimienta tiene tanta carga que los propios profesionales no podrían desprenderse tan fácil del vínculo que ellos han vuelto a restablecer. En las renovaciones recientes quizá pueden encontrar respuestas a ello.

     

    Viñayo, con ese buen paladar suyo para expresar lo ocurrido, también brindó este viernes otra reflexión interna a la que nos agarrarse para fabricar un futuro: “En la vida se gana o se aprende”, dijo al dibujar los argumentos de la ofensiva del club en la campaña de abonados, con el convencimiento de que muchos de los 31.000 del último día sigan también la estela. La frase no necesita mayor comprensión, aunque también se puede aplicar con un sentido pedagógico incluso cuando "se gana y se aprende”.

     

    Lejos de parecer hoy un club que cayó en el derrotismo, la UD Las Palmas ya ha empezado el nuevo año deportivo con una orientación optimista. Todo su pasaje debe saber que el viaje puede ser incluso mejor que el destino, aferrados al criterio que se ha aplicado de forma reciente y con el aroma de unidad que exponen los dirigentes. Ha sido un final tan reconciliador que, esta vez, ni siquiera los enemigos pudieron citarse porque saben que no hay armas para destruir algo que tiene raíces en el corazón.

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