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Opinión

  • Hace unos días, el consejero de deportes Angel Víctor Torres emitía una pregunta al infinito al hacer una evaluación de la capacidad de atención o asistencia que ha captado la presencia de Gran Canaria en la Euroliga de baloncesto. ¿Estaba la isla (el ambiente del club de basket) preparada para afrontar esta competición?, cuestionaba sin duda invitando a la reflexión colectiva.

    Los datos fríos sobre cómo se ha comportado el aficionado en el calendario local del club de baloncesto sobrecogen. Hablan por sí solos y merece la pena subrayar las cifras oficiales de audiencia en cada una de las visitas ya cubiertas para comprender: FC Barcelona (5285), CSK Moscú (7430), Anadolou (4641), Maccabi Tel Aviv (4931), Bayern Munich (3872), Buducnost (4985), Baskonia (4121), Zalghiris Kaunas (5173), Khimki Moscú (4823), Real Madrid (5214), Fenerbahce (4669), Armani Milán (4698) y Panathinaikos (3945). Faltan por cerrar el cartel en la isla Darussafaka y Olympiakos.

    Por el Gran Canaria Arena han pasado los mejores equipos mundiales al margen de la NBA, los mejores jugadores y técnicos. No hay posibilidad real de que el club que nació en 1963 y que tanto ha luchado para este crecimiento pueda algún día mejorar este rol competitivo que hasta junio conserva y es también incógnita saber si lo que se ha presenciado esta campaña volverá a verse otra vez por esta isla.

    Este jueves, unos pocos griegos en las gradas pusieron el ambiente durante diversas fases de un animado encuentro en el que diversos actores del mismo se empeñaron en algo así como dejar por la isla un poco de ‘show time'. Todos los mejores ingredientes se han puesto, sin descontar con campañas de acceso a localidades que, en su globalidad económica, no guardan proporcionalidad alguna con el espectáculo ofrecido.

    La realidad es que, salvo en la visita con el CSKA de Moscú, los restantes partidos se podrían haber disputado perfectamente en una cancha como la del Centro Insular cubriendo su aforo como antaño. Y, además, hemos de considerar como digno el papel deportivo realizado por el club amarillo en el mayor torneo continental; al margen del notable esfuerzo humano que durante estos meses le está llevado a dar cuatro vueltas al Ecuador de la Tierra para poder competir en los dos mejores calendarios que tiene a su alcance, con un número de partidos oficiales que van mucho más allá de lo conocido hasta ahora por el club.

    El Gran Canaria como club va a tener que reflexionar con mucha tranquilidad sobre todo esto que ha ocurrido. Y también debe invitar a sus propios aficionados a hacerlo, porque el peaje de esta ruta se ha pagado en la competición más importante y, lejos de encontrar toda comprensión popular, los que fabricaron el éxito han escuchado la reprobación como quizá tampoco habrían imaginado. El deporte, al menos como se entiende por estas latitudes, olvida pronto el por qué y vive exclusivamente del resultado.

    Quizá el episodio de 2018-19 del club amarillo sirva para reforzar la idea de que el gran impostor del espectáculo es el éxito.

     

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