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Opinión

  • La escena final de Almendralejo pasa a ser la imagen del año en la UD Las Palmas, al menos hasta el momento. Un grupo de jugadores amarillos, liderados por Juan Cala, se abraza tras la victoria como si de iniciales benjamines se tratara dispuestos a cantar juntos el tradicional ‘un equipo de Primera' dirigidos a los padres.

    El alma de ese colectivo está reflejado en los rostros de los futbolistas en el partido. Debieron sufrir mucho ante un rival pegajoso, resistir la adversidad arbitral que recortó en contra de los intereses canarios y combatir con astucia en el área extremeña para ser certeros en forma cirujana para cerrar la victoria.

    Esos jugadores reflejan cómo está por dentro ahora ese vestuario, apenas cinco jornadas después del inicio de competición y tras unos pocos meses del arribo de muchos jugadores, que han escuchado las historias de la nefasta peor temporada del equipo amarillo en su peregrinar en Primera.

    El club había lanzado en el verano un órdago a un equipo perdedor, al que ha querido desterrar casi por complejo porque su deriva era tremendamente preocupante. Los rostros de Almendralejo, la alegría contenida porque sólo es una de las muchas batallas en el camino, juega en contradicción con lo vivido en cada final de partido desde hace año y medio donde, incluso en la victoria, los profesionales de la UD Las Palmas no disfrutaban.

    Los tres puntos frente al Extremadura no tienen trascendencia definitiva, pero dicen mucho por el cómo se logró. Habla del compromiso, de la entrega, del renacimiento de un vínculo que se hará extensible en el graderío. Es como si la mano gigante que mueve el proyecto de la UD Las Palmas estuviera encajando todas las piezas desordenadas en 18 meses de nefasto recorrido, donde se produjo un daño deportivo, económico, social y hasta extravío de conceptos.

    El cambio va haciéndose cada vez más apreciable. La admisión de los errores fue el primer paso, a la par de las medidas adoptadas. Los de los despachos y los del campo de juego han extendido la invitación. Toca ahora ver la si la grada también cambia del todo su rostro y vuelve a convertir ese Gran Canaria en el Maracaná isleño que esta temporada temen 21 adversarios con idénticos deseos de grandeza.

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