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Opinión

  • Les prometo que llevo toda la tarde pensando qué demonios pasó este domingo en el Estadio de Gran Canaria. Ocho goles, tres expulsados, ocasiones y ocasiones en un partido de fútbol que pudo desembocar en cualquier destino. Habrá una explicación a todo ello, supongo.

    Algún razonamiento tendrá el que Ranko Popovic, entrenador del Zaragoza, no perdiera la idea con la que vino a defenderse del líder y máximo goleador de la categoría. Le esperó con unas líneas avanzadas que, una y otra vez, fueron vulneradas por el juego vertical de los amarillos, con la correcta lectura en especial de Sergio Araujo. El argentino puso patas arriba en diez minuto el sistema maño, pero Popovic mantuvo su voluntad de crear espacios al enemigo hasta el 95. Los agujeros que se percibían en su estructura no le hacían coger un salvavidas y evitar una hecatombe que hasta el minuto 72 se le venía encima.

    Otra explicación tendrá lo que sucedió en ese fatídico minuto en que tres jugadores del primer clasificado de la tabla, que ganaba 4-1 a un rival desbordado, acabaran perdiendo la serenidad y picaran en las provocaciones. Claro que sólo vemos las tarjetas rojas que recibieron Nauzet, Angel y Culio -por este orden- pero pasamos por encima lo otro, lo que el ojo no ve y el árbitro y sus asistentes confidentes pudieron pasar por alto. Porque ya resulta extraño que tres de los más experimentados jugadores del equipo ganador se despeñen de aquella manera.

    Todo ello sucedía antes de que Hernán y Roque introdujeran a la afición grancanaria en una maravillosa locura del gol logrado con ocho efectivos. Esas agallas para salir al ataque, hasta en tres oportunidades, solo se les ocurre a gente que no teme el abismo, porque más poderosa es la llamada de la gloria.

    Un partido así, con tanta intensidad, goles y pasiones, que no acabó sujeto a ningún tipo de atadura o norma, responde a algo fuera de lo normal. Como era el mismo día, con calima africana sobre las cabezas de los más de 20.000 asistentes y participantes en el Estadio grancanario. Será cosa también del Siroco.

    Pero tras la polvareda toca la reflexión y la autocrítica interna. Porque Las Palmas se está jugando mucho más que un cachotón en el rostro o un codazo en el camino, que también los hubo. En dos semanas, por culpa de Juana o por la hermana, Paco Herrera ha visto cómo cuatro de sus titulares desaparecerán de la pizarra camino de Vitoria y algunas citas más. Y eso hay que resolverlo con cordura.

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