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Opinión

  • 2017 fue un año destructor para la Unión Deportiva Las Palmas. Se ha llevado por delante el fútbol y las sensaciones con una colección de derrotas y goles encajados que no merece la pena recordar constantemente. Su paso ha extraviado también la serenidad social, el ambiente festivo que se vivía a diario en el Estadio de Gran Canaria y hasta los puentes de la política de cantera. Porque ahora imperan otras prioridades. Y ha eclipsado otras labores de la entidad que no dejan de ser importantes, a nivel de infraestructuras, porque el mirar la clasificación cada semana estropea todo de manera sobrada.

    Lo que no lograron estos aciagos 365 días, sin embargo, fue perder el tesoro más valioso actualmente del club: la categoría de la Primera División. Esta conquista tan duramente trabajada aún está intacta y es el caballo de batalla de todo el entorno UD Las Palmas con la llegada del hermano 2018.

    Con esa categoría aún en propiedad, el club aún puede rehacerse porque sigue proyectándose hacia unos derechos económicos galácticos como nunca antes conoció.

    Hasta ahí llegan las puertas del abismo. "Ahora mismo lo que necesitamos es un loco enamorado de nuestro proyecto, alguien que sea capaz de transmitir un mensaje a los jugadores para salvar lo que aún no poseemos". Esas frases decoraron los días previos a la llegada de Paco Jémez a la entidad amarilla, en su regreso seis años después a su isla natal. Un entrenador sin duda valiente y valioso, que sea capaz de inyectar a la plantilla lo que necesitan para hacer de un grupo ahora disperso en un equipo compacto que reviente la clasificación en la segunda vuelta.

    La UD Las Palmas necesita desde ya una locura pasional, una lucha por el escudo con todas las consecuencias. Pero también requiere coherencia en las decisiones finales que se adopten porque ya tiene agotados todos los comodines de la campaña.

    Quizá por ello, aún sin entrar en batalla la UD reciclada por Jémez, no se entienda al ciento por ciento las primeras decisiones de bajas, especialmente en el caso del máximo goleador: Remy. Enero es largo y, que sepamos, sin los dos futbolistas ya descartados viene la primera resta de potencial ante los rivales que se alinean en el calendario de los amarillos. Si tenía que salir Remy, en este caso, lo más sensato era haber tenido antes el recambio que mejore la velocidad, agilidad y el remate del internacional galo. Porque la UD no está para dar facilidades a sus oponentes, que andan ya con los dientes largos. Damos por sentado que las razones deportivas están absolutamente argumentadas.

    Esperan meses, especialmente enero, muy duros para el equipo y para el club, que debe poner los cinco sentidos exclusivamente en evitar la caída. Pasar por el embudo del ascenso es posiblemente más complicado que hacerlo en sentido inverso. Ese es el esfuerzo en el que deben estar todos: los que estaban, los que llegan y los que están asustados. Juntos, unidos con la maravillosa locura del que afronta con valor todos los retos, sin miedo a los gigantes que le aguardan, y la coherencia de saber dónde están las minas en el camino.

     

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