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Opinión

  • El debate siempre estará abierto; es un asunto que se suscitaba antes incluso del nacimiento de la UD Las Palmas. Y, de hecho, la propia creación del club amarillo respondía a alguna de esas preguntas.

    Hubo un tiempo en el que los más cotizados jugadores de la fábrica grancanaria los codiciaban rivales directos o cualquier equipo de mayor capacidad económica. Incluso hubo intereses dirigidos a los capitanes grancanarios. El Real Madrid envió en su época un cheque en blanco a la UD Las Palmas, que codeaba con el club de la capital por el título de Liga, para que pusiera precio a su jugador más emblemático: Tonono Afonso. La respuesta de la época corresponde a otro momento de la historia. "Estamos interesados en Pirri", respondió en carta con otro cheque en blanco Jesús García Panasco. "Póngale usted precio por favor".

    El fútbol estaba entonces atrincherado por el derecho de retención de los clubes de promoción, que tenían la última palabra para decidir el éxito de una operación de traspaso o no. Esa etapa ya está extinguida y en aquel momento llegaron otras ofertas por los mejores futbolistas amarillos, que empezaron, siguieron y terminaron bajo el mismo escudo. Con esa herramienta Las Palmas tuvo su mayor ciclo en Primera (19 años consecutivos) y cosechó sus mayores éxitos (subcampeonato, tercer puesto, finalista de Copa, participaciones europeas ... y grandes resultados). Un criterio firme y una línea recta para la mejor etapa de un club modesto.

    Hubo otro tiempo, no tan lejano, que venían de todas partes a por los jugadores amarillos, con una UD a la baja en el plano económico, deportivo e institucional. Incluso algún portador del brazalete de capitán acabó en el CD Tenerife. Valía entonces, incluso, el argumento de no estropear una carrera deportiva por la senda inferior en la que transitaba el club materno.

    A todo ello se acostumbraron los fieles seguidores del equipo, desde la grada o desde su silencio. El caso Viera tiene un fondo común aunque en algunos aspectos es distinto a los demás, al tratarse de un episodio en plena travesía, con el brazalete en su brazo y con una UD Las Palmas tratando de reponerse para llegar a puerto. Y, además, él es la única referencia en el once titular más reciente de todo ese trabajo de cantera del que tanto se presume.

    Hay que entender al jugador: es un profesional del deporte. Hay también que entender a los agentes que operan para que este traspaso se realice con independencia del padecer de los aficionados amarillos, del peligro en el que está inmerso el club con un descenso o de los daños colaterales que pueda haber para Gran Canaria. No olvidamos lo mucho que se ha hablado desde 2015 hasta ahora del beneficio promocional que tiene para la Isla el que su representante en la Liga Profesional siga en Primera División. O cómo se ha sacado pecho por la política de cantera practicada.

    Ahora ni siquiera se argumenta que "me voy a jugar a la Champions" o de tratarse de un salto cualitativo a otra Liga atractiva, como pudo esgrimir Roque Mesa al salir a la Premier. Este es un asunto económico para resolver "el futuro de mi familia", aún cuando Viera ya sería el jugador canario en propiedad de la UD Las Palmas mejor pagado a través de la historia (no contamos en esta afirmación los cedidos como Jesé o Vitolo).

    Y el brazalete, como se puede comprobar, aprieta lo justo o nada. Cualquiera que esté en la misma situación que Jonathan Viera, incluso los periodistas, lo haríamos. Aunque no entendiéramos una palabra de mandarín ni nos guste el chop-suey.

    Los aficionados han que acostumbrarse a estas cosas. Deben vivir con pasión sus colores y deben desprenderse a la vez del sentimentalismo. Al club le dignifica su intención de mantenerse inmóvil, haciendo valer la cláusula de rescisión del jugador. Con esa llave no hay candados irrompibles: Viera y los intermediarios podrán salir airosos, al igual que la ya saneada tesorería de la UD Las Palmas.

    Lo puso en aviso Jémez hace unas fechas. En poco tiempo sus palabras rebotan en una pared.

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