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Opinión

  • Una cita legendaria de Marco Aurelio: “La verdadera venganza al enemigo es no parecerse a él”.

     

    En el anterior ascenso a la Primera División, que se alcanzó por la vía del play off, la UD Las Palmas empleó tres intentos para por fin traspasar la puerta hacia la máxima categoría. Y para celebrar más tarde las consecuencias del inmortal gol de Sergio Araujo primero debió superar dos impactos. El disgusto de 2014 es aún hoy inenarrable y también hay que localizarlo en el Estadio de Gran Canaria, ante una marea de seguidores grancanarios.

     

    Sin embargo, en el epílogo de esta temporada no queda sensación de hecatombe ni de extravío. No alcanzar el objetivo de la final del play off era una opción, sin duda más real en febrero que en el mes de mayo o junio.

     

    La derrota en el doble partido tiene muchos análisis. Pero nos quedamos con lo ocurrido antes, durante y especialmente en el final. La tristeza de perder el pase no empañó ni distorsionó la valoración que se hace a la labor y el compromiso de la plantilla, del nuevo cuerpo técnico y del proyecto de club. Todo ello tiene razones de peso para seguir en marcha, en la misma ruta.

     

    El 1-2 ante el Tenerife no secuestró ni un milímetro los méritos contraídos por un grupo de futbolistas que, en amplia mayoría y partiendo desde el campo Anexo donde se fabrican jugadores en filiales, afrontó por vez primera una fase de ascenso de este calibre. La experiencia en este tipo de batallas también es un valor a tener en cuenta.

     

    Y la respuesta general del público fue de las que marcan época. No es un hecho inédito en la historia de ese hermoso escudo que representa al fútbol de Canarias en general, porque siempre ha sido y será el buque donde más y mejores jugadores de nuestro Archipiélago se proyecten. Lo de 2022 nos recuerda al final de la promoción de ascenso de 1998, cuando tras caer eliminada la UD Las Palmas en su intensa batalla frente al Real Oviedo (por cierto, con otro arbitraje en feudo rival para no olvidar), los aficionados del Estadio Insular montaron un festejo con los jugadores de García Remón. Y fue tal la conexión que en pleno júbilo del equipo asturiano por la permanencia en Primera, los jugadores locales daban la vuelta al estadio para recibir el agradecimiento popular. El cariño de la grada se lo llevaron a casa aquella noche. Aquel abrazo fraternal entre aficionados y futbolistas que, en número importante siguieron en el proyecto, se fraguó dos años con una fieta mayor tras el ascenso a la Primera División ya con Sergio Kresic. Habían quedado las semillas.

     

    Las buenas costumbres, como se ve, perviven de unas a otras generaciones de aficionados amarillos y se convierte también en una responsabilidad para el club alimentarlas, mimarlas y crecerlas. Porque, además, un amplio puñado de los más de 31.000 seguidores grancanarios que estaban en la grada pertenecen a jóvenes generaciones que forman la otra cantera del club, de inagotable ‘producción’.

     

    Este 5 de junio no es un día de triste; es la primera jornada de la nueva esperanza. Porque la UD Las Palmas, además de haber fortalecido sus patrones ha reencontrado la ruta. Y no se ha descarrilado; sigue en ella como ha dicho su capitán, con la necesidad de revisar tripulación y maquinaria para volverlo a intentar.

     

    Pero no se revisa el pasaje. Al terminar la noche, los últimos ecos del Estadio de Gran Canaria que aún se escuchaban entonaban el estribillo “este es nuestro equipo y estamos orgullosos”. La tristeza no se apoderó de la realidad. Esta Unión Deportiva Las Palmas y su tsunami amarillo debe permanecer así; no se parece en nada a cualquiera de sus posibles rivales. Por eso, todo lo que tenga que ocurrir en el futuro está en sus manos.

     

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