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Opinión

  • Hoy toca hablar de cine, porque la imaginación en Tinta Amarilla nos lleva a escenarios como de cine y en nuestro diario digital abordamos todo. La mano que mece la cuna fue una película de éxito, que llegó a las salas a comienzos de los novena.

    Desmenuza la historia de una familia que requiere de una ayuda externa: una niñera para la crianza de un bebé en ciernes. Contratan a una joven de bellos modales y palabras, que reúne el correcto perfil para sacar adelante un problema de adaptación familiar a la nueva situación. Todos los miembros de la casa comienzan encantados con la persona que mece la cuna sin conocer otra realidad, asociada a un desdoblamiento de personalidad, un pasado, verdades disfrazadas y perversas maniobras que logra camuflar generando opiniones contradictorias y hasta la división entre los miembros del hogar que le acogió.

    La niñera -eso sí, sin cómplices- logra envolver con sus tramas a las personas que le contrataron, ofreciendo una cara distinta en los distintos escenarios, pero dirigiendo sus actuaciones a no sólo controlar la cuna, sino la cocina, el comedor y hasta los aposentos.

    La trama es magnífica, pero en la familia poco a poco van descubriendo la realidad de todo. Ni siquiera la seducción al jefe de la casa logra el objetivo al percatarse los contratistas del error cometido en la elección. La verdad, como suele ocurrir, sale a flote y el final acaba siendo dramático. Como en toda película con fines morales, la maquiavélica niñera es descubierta y muere. Así mismo.

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