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Opinión

  • Todas las personas que conocieron a Antonio Lemus del Moral ganaron algo en sus vidas: un consejo, una anécdota, una vivencia, una palabra amable o una crítica sincera y sin lesiones. Lemus tenía tiempo para todo el paisanaje, aceptaba la charla en cualquier dimensión, porque ante todo era un hombre culto y de mundo.

     

    Su despacho en la redacción de La Provincia era su verdadera casa y también la casa de todos. Por allí desfilaban todos los miembros de la redacción o de talleres, sus conocidos personales, los colegas del Diario de Las Palmas, personalidades y visitantes ... Aquel teléfono estaba siempre disponible incluso cuando en la Unión Deportiva tenían que elevar alguna consulta personal al experimentado informador amigo. "Dime Chucho, ¿qué ocurre?". Así comenzaba todo.

     

    Porque Lemus no era sólo el jefe de deportes o el subdirector de un periódico de provincias que con él se ofrecían informaciones de calado internacional. Y eran tiempos en que no existía esa ventana actual de internet. Don Antonio era don Antonio. Era un amigo, un padre profesional, un asesor incluso de finanzas o el hombre que calmaba cada tarde a Fernando Hernández Gil, el gráfico casi siempre enojado pero magnífico periodista tras una cámara. Lemus también era magistral como persona.

     

    Y vivía en un ordenado desorden que él sólo comprendía. La mesa empezaba ‘cada día' impecable. Desde primera hora de labor iba anotando en trozos sueltos de papel lo relevante de cada rotativo, cada apunte para afinar en la información o estar sumamente documentado de hasta los chismes de palacio. Los primeros periódicos que caían en su mano eran los locales y, a media tarde, aparecían las ediciones de Madrid y Barcelona. Todos los consumía; hasta la última letra. Y como estaba suscrito a revistas (Plaçar de Brasil, Guerinni de Italia, Gráfico de Argentina, ...) tenía tiempo más tarde de seguir en casa la tarea. Hasta el Diario de Noticias de Funchal lo devoraba aunque llegara a Gran Canaria con semanas de demora. Todo él olía a tinta.

     

    Su cerebro no descansaba, ni en vacaciones. Vivía y amaba intensamente su profesión. Di Stéfano, Kubala, Molowny, Pelé, Zico, Cruyff, Maradona (varias veces), Quini, Sócrates, Dino Zoff, Paolo Rossi y una colección de grandes figuras internacionales concedieron entrevistas en exclusiva al gran maestro canario. Y además ‘cada día' tenía que gestionar una sección en la que, como siempre, lo más difícil de un buen informador es administrar el tiempo de la noticia, el argumentarla con la verdad y valorarla; saber con exactitud el contenido de la misma porque "si un lector sabe más que el periodista que informa, entonces está perdido" recordaba. ‘Cada día' con él era la mejor lección.

     

    Y todos le perdonábamos su desorden natural. Porque sólo él sabía dónde estaban las cosas en aquel pequeño caos que se derrumbaba en avalancha cuando abría sus armarios. "¿Sé dónde está esa foto?", decía con la mano izquierda en la espalda y la derecha apurando el último instante del cigarrillo. Observaba una montaña de papeles, libros, revistas, fotografías ... Pero levantando un montón mágicamente aparecía lo que buscaba.

     

    Sólo él también sabía descifrar el desorden de su agenda de teléfonos. La Z estaba por delante de la N y ésta por detrás de B. Daba igual, Lemus encontraba siempre ese contacto: donde quiera que estuviera Brindisi en el mundo, Wolff o Rosendo Hernádez, incluso su fiel amigo Henningsen en Brasil, el de Havelange, Pablo Porta, Nicolás Cassaus o Jesús García Panasco. Lo tenía todo controlado y era imposible que la información le sorprendiera. Si alguien podría contar la verdadera historia de la UD Las Palmas y del deporte canario, posiblemente habría sido él. Se fue hace veinte años y no lo hizo, aunque los episodios hasta su jubilación quedaron en la hemeroteca.

     

    A eso de las ocho de la tarde había que dejarlo tranquilo. Se sentaba frente a la Triumph mirándola fijamente, casi perdido en sus pensamientos. Colocaba sus manos unidas tras la cabeza, como los soldados en rendición. El genio estaba a punto de empezar. Y, de repente, los dos dedos índices comenzaban a toda velocidad tac-tac-tac a generar el artículo del día, el que le propusieron en el renacimiento de La Provincia en su segunda etapa. Muchos de ellos son hoy obras de colección.

     

    Al acabar la jornada, antes de volver a su hogar de la Calle Colmenares, aquella mesa del despacho llena de retazos de papel con sus apuntes, de maquetas de páginas hechas con borrones a su estilo, de fotos del día o de hace años, de cenizas ... acababa impecable. Él mismo apagaba la luz y todo parecía como si a aquella hora no se hubiese desatado la batalla de ‘cada día'.

     

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