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Opinión

  • Ha ocurrido algo este lunes que no es saludable ni habitual en la trayectoria como club de la UD Las Palmas. Enmanuel Culio explicó que la pitada que un sector del público le dedicó durante el partido de Copa frente al Valencia se convirtió en un empujón para su marcha de la isla. No es el todo, es una parte de su argumentario; pero tuvo un peso cuando lo consultó con la almohada.

    No es saludable que un sector del graderío -insistimos que se trata de una opinión parcial- se exprese de esa forma tan contundente contra un jugador que no tiene un sólo reparo en su actitud cuando se enfunda la casaca amarilla. Y lo haga en el transcurso de un partido aún sin definición. Los pitos no ayudarán a ser mejor a Culio ni a cualquier otro jugador. El público es soberano, sin duda; el aficionado de un club es leal y más en la dificultad.

    Culio, guerrillero donde los hubiera y futbolista con menor o mayor acierto, se ha partido el pecho por el escudo de la UD y la opinión que ha llegado al reproche tiene aspecto de intoxicación. Y nos cuentan que tienen una parte de su procedencia de origen mediático. Si el reproche popular a Culio no tiene que ver con su fútbol, que por cierto es el mismo que empleaba hace unos meses cuando fue protagonista de un ascenso, entonces estaríamos hablando de una contaminacón informativa, cruel e injusta.

    El caso es que ya Culio se ha ido; no tiene vuelta atrás. Seguirá su ruta por La Romareda. No queremos imaginar que ese experimento del silbido se convierta en una herramienta a utilizar más veces contra los jugadores que no caigan bien, no gusten o sean víctimas de juicios ajenos a los de su propio cuerpo técnico. El caso de Culio debe cerrar una puerta muy peligrosa para la entidad como club y para el equipo como proyecto. Porque el fuego amigo es más peligroso que el adversario; destruye por dentro más que los goles ajenos.

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