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Opinión

  • Paco Jémez no regresó a la UD Las Palmas para construir un proyecto; le contrataron para salvarlo. Es hoy el guía del desfiladero en el que eternamente debe moverse un club modesto que desde 1983 tiene viajes de idas y vueltas en las categorías del fútbol nacional.

    Al entrenador andaluz, nacido en Gran Canaria, hay que agradecerle en esta su segunda etapa en el club la capacidad resiliente que ha logrado acuñar a una plantilla, con sus distintas remodelaciones, que lleva recibiendo duros golpes después de que Quique Setién firmara la primera vuelta notable de la pasada Liga y antes del caos de la segunda etapa de aquel reciente torneo.

    Los guías del club no han acertado desde entonces a encontrar al que va delante tirando/adiestrando al grupo, el que decide cuál es el paso y cómo se ha de cruzar. Salvamos de este comentario la breve etapa de seis partidos de Manolo Márquez; de Paco Ayestarán, mejor es olvidar.

    El guía actual podía haber escogido distintos caminos. Eligió siempre el modelo más arriesgado, el de la senda estrecha con zonas resbaladizas. Las matemáticas aún no han sentenciado la temporada, porque quedan 21 puntos que enjuiciar, pero desfiladero en el que actualmente se ha situado la UD Las Palmas hay pocos lugares donde agarrarse con las yemas de los dedos y los rivales la están empujando hacia un primer abismo, que por cierto el club conoce bien.

    Un problema de confianza, no de jugador

    Jémez ha apostado en realidad por intentar salvar a la UD Las Palmas equivocando su diagnóstico: quería usar la espada sin reconocer que sus hombres, con la idea por él proyectada, no manejaban correctamente el escudo. Los resultados castigan y hacen creer que es un problema de plantilla cuando, en realidad, es un problema de confianza. El criticado Ezekiel, con una respetable labor en el Ciudad de Valencia, es el más reciente ejemplo.

    El futbolista que se siente desnudo en el campo, que todo su esfuerzo se echa a perder por errores provocados por su propia arrogancia, pierde la autoestima, se diluye y acaba por desconocer las dimensiones de su amigo el balón. El guía no esperó a generar esa confianza para luego abordar con más intención sus propias ideas. Avanzar líneas, dejar espacios generosos al rival y esperar al lucimiento de los delanteros de Primera explican todo lo demás. Ganar un partido, que es a la postre lo que se busca, supone ahora anotar una colección de goles mayor que los que viene encajando Las Palmas desde marzo de 2017. Un día sí y el otro sin comprender que estas facilidades no servirían incluso en una Segunda División donde a cada rival hay que roerlo (decían en Pontevedra).

    Las Palmas, en general, ha cometido hasta hoy el error de perder la perspectiva de su verdadero rol en la Liga. Es un equipo sufridor en una competición de notables adversarios. Ha querido jugar con un fútbol de etiqueta que ahora no le corresponde, porque el círculo de sus condiciones es incompleto. E insiste en ello por feo que fueran los tiempos. Hasta el día del partido clave en Valencia pretendió someter a un rival con idénticos nervios, facilitándole en cambio zonas abiertas para las dos puñaladas que ahora oscurecen por completo el panorama. Ni si quiera en esos momentos de posible resurgimiento supo valorar el pequeño tesoro de un empate, que este lunes haría un cálculo más optimista de los siete partidos finales.

    El fútbol es cabezón y se empeña en dar siempre una última oportunidad. Ahora mismo, la posibilidad de alcanzar la zona segura de este paso es muy compleja, pero no imposible. Pero con la idea actual y sin la confianza para ejecutarla, el riesgo de despeñarse sin duda es el destino.


    PD: En varias ocasiones nos hemos referido a una frase procedente del Corán, que hoy rescatamos como anillo al dedo: "El hombre sabio es el que duda de sus propias convicciones".

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