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Opinión

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    Su corazón no pudo resistir más. Ese corazón que sufrió tantas emociones, que superó tantas adversidades y triunfos desde los banquillos en que Eduardo dirigió a sus equipos, a los que llevó a la época más gloriosa del balonmano capitalino. Primero con el Pepsi Sansofé, con aquellos magníficos partidos en la cancha Santa Catalina, donde conocimos por primera vez a Eduardo Fernández, un enamorado del balonmano y con el que tuvimos la suerte de compartir mesa hablando de nuestro deporte. Era una satisfacción asimilar sus enseñanzas, y no la podíamos dejar pasar por alto, sobre todo cuando comenzaba. Lecciones en nuestra juventud de las que siempre estaremos agradecido y que hace que hoy estemos triste. Teníamos conocimiento de que su vida había pasado por momentos críticos, pero nos resistíamos a aceptar que Eduardo se fuera de entre nosotros.

     

    Aún recordamos la enorme rivalidad que existía entre el Pepsi y el Victoria, a la que luego se añadiría la del Canteras, también de la Isleta, como los victoristas. Pero en un empeño de relanzar a los canteristas a la élite, sus responsables vieron en él como la persona idónea para dirigir al equipo. Acertaron de pleno, porque Eduardo que ya tenía controlado la excelente camada de jugadores jóvenes que venían, hicieron un plantel reforzado con foráneos, que llevaron al Canteras a lo más alto. El balonmano siempre estará agradecido a su trabajo y a su entrega.

     

    Eduardo supo alternar perfectamente su labor profesional al frente del gabinete económico de Huarte, cuando esta empresa de la construcción estaba en su punto álgido, con su hobby, el balonmano. Estaba siempre atento a todas las publicaciones que salieran, tanto a nivel nacional, como internacional, y esos conocimientos los trasladó luego a la cancha, revolucionando el juego que hasta entonces conocíamos, subiendo el nivel no solo de los jugadores, sino de propios técnicos que asimilaban lo que este asturiano de nacimiento y canario de adopción aportaba.

     

    Ya alejado de las canchas por motivos profesionales, cesó su trabajo para Huarte y Compañía, para montar su propia Empresa de construcción, aún recordábamos cuando íbamos por su despacho y nos mostraba planos y proyectos con los que iniciaba Improcansa en un pequeño despacho de la calle Primero de Mayo. Lo hacía con la misma ilusión con la que nos mostraba las últimas revistas que le habían llegado de balonmano. A su lado, Berta, su esposa, quién le ayudaba en esa iniciativa, apoyándole día tras día. Retirado de la actividad como técnica, se introdujo en el mundo del golf con el fin de no perder su actividad como deportista. Triste racha la que llevamos. Hace poco más de un mes se nos fue Carmelo Santana, todo un puntal para el Pepsi y el Canteras de aquella época. No lo podíamos creer. Hace un par de días, Tomás Ruiz, que fuera presidente de la federación provincial, nos dejó y ahora Eduardo, con el que hablamos hace una semana y nos trasladó su preocupación por su estado físico y como siempre quedábamos para reunirnos y hablar de balonmano. Ya no podrá ser, pero siempre lo tendremos presente, porque una persona como él es difícil de olvidar, más bien imposible. Eduardo continua entre nosotros.

     

    Lo siento por Berta, sus hijas Mónica y Alicia, así como su hijo Carlos, sus yernos Javier y Vicente, que ahora lo despiden en la intimidad de su casa en Tafira, junto a sus ocho nietos. La vida nos sigue dando varapalos, pero orgullosos de haber tenido entre nuestras amistades a hombres como Eduardo Fernández. Hasta siempre amigo.