Mari Pino Peña, la primavera que llegó a los rallies
Mauel Borrego
Mauel Borrego
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23/07/2025
Mari Pino Peña, durante el reportaje concedido a Tinta Amarilla (C. Torres)

* Abanderó a un grupo de mujeres que lograron el deshielo en las carreras de automovilismo de Gran Canaria, para mantenerse casi dos décadas al volante en una familia aliñada por el ruido del motor

Fotos: C. Torres y familia Alonso Peña

 

La creciente actividad del motor en Gran Canaria de repente sufrió un parón brusco en octubre de 1967. Una prueba experimental, las XII horas de automovilismo en la Avenida de Escaleritas, acabó en tragedia: Seis muertos y dieciocho heridos graves al accidentarse uno de los vehículos participantes y arrollar a un grupo de espectadores.

 

Ese dramático episodio que impactó a nivel nacional lo recuerda bien Mari Pino Peña Mayor, que entonces vivió muy de cerca las duras consecuencias de aquel suceso en el deporte que de por vida le había cautivado. “Hasta el punto de que se produjo una especie de prohibición y los equipos de carrera se desanimaron tanto … En aquella época el motor era un deporte para la élite, pero ya tenía mucha aceptación entre los aficionados”, precisa.

 

“El automovilismo en Las Palmas está bajo cero en estos momentos” (…) “aún no tenemos federación propia y nuestros equipos tienen que ir a competir a Tenerife”, llegó a afirmar a finales de 1971 el primer presidente de la recién creada Escudería Drago, que se convertiría precisamente en el motor de una actividad que en los años venideros iba a despertar para llevar a las carreteras de la isla a las más altas cotas soñadas.

 

 

El cambio tuvo su propio comienzo. Un grupo de diez equipos femeninos fueron los que ayudaron de forma decisiva al deshielo que reclamaba el activo Juan José Alonso Prieto, presidente de Drago y esposo de Mari Pino. “Recuerdo que fuimos a hablar con Fernando Navarro Valle -delegado provincial de Educación Física y Deportes- para pedir que se abriera un camino al automovilismo. Se lo pedimos casi llorando, porque sabíamos entonces las dificultades que había y la negativa política a reanudar las competiciones. Pero insistimos y lo logramos gracias a su comprensión”.

 

Fue así cómo icónicamente llegó el final del invierno al automovilismo de Las Palmas. Una primera edición de una prueba femenina tuvo la organización y el patrocinio de Drago, con el nombre de “Primer Rallye Primavera”. El certamen, con tiras y aflojas para obtener los permisos locales, se celebró finalmente apenas unos meses después, ya en abril de 1972, y Mari Pino Peña fue piloto pionera junto a su copiloto Flavia González Coruña. “Había obtenido el carnet de conducir a los 23 años de edad. Y cuando comencé a competir ya era madre de mis hijos, Aythami y Flavio”, puntualiza.

 

Las participantes del Rallye de Primavera de 1972 con el delegado nacional de Educación Física y Deportes, Fernando Navarro Valle, antes de la carrera (C. Quesada/La Provincia)

 

El primer vehículo de Mari Pino con el que participó en aquella primera edición del rallye primaveral era un Fiat 124. Los otros nueve equipos tenían al volante a María de la Paz León (coche Sunbeam Rapler), Antonia Rosa Mujica (Sunbeam Avenger), Asunción Sáez (Mini 850), Hortensia Hernández (Hillman Imp.), Esther María Ojeda (Opel Kadett), Nuria Viñas (ganadora, BMW 2002 Ti), Alicia Barber (Alfa Romeo GTV), Ana María Mustafá (Ford Escort 1300) y María del Carmen López (Volswagen 1300).

 

De Tenteniguada a Las Canteras

 

El ruido del motor no había ambientado hasta entonces la vida de Mari Pino Peña. Había nacido en Valsequillo, con residencia en Tenteniguada, en una familia con cinco hermanos. “Yo era la tercera; mi padre era agricultor. Nunca nos faltaba de nada. Pero mi tío Antonio Mayor era el párroco de la Iglesia de la Luz. Y como única niña de la familia acordó con mis padres que me iba a criar en su casa de calle La Naval, donde residían mis abuelos”, revive. “Puedo decir que tuve la infancia muy feliz, porque para mí fue una fortuna crecer con mis amigas en la Playa de Las Canteras. Mi vida era sencilla, no carecíamos de nada pero tampoco nos sobraba. Iba descalza, jugaba en las azoteas de mis vecinos amigos. Por cierto, teníamos una cabra allí como muchas otras familias de la época. Y, tras el colegio, nos íbamos a disfrutar de la playa en la zona de la Puntilla. Fue una etapa maravillosa de mi vida”.

 

 

No tuvo otra actividad deportiva o de actividad física que la relacionada con los juegos playeros. “No sé si los niños de hoy podrán comprender cómo fue nuestra infancia. Pero no teníamos un minuto para estar aburridos”. 

 

El automovilismo llegó más tarde, ya quizá como reacción rebelde y con la ayuda del esposo, Alonso Prieto, y de todas aquellas personas a las que conoció relacionadas con el motor. Cuando empezó quizá ni imaginaba que iba a estar dos décadas al volante, gozando de una popularidad que se había ganado en las competiciones en las que ya su vehículo se incluía en las listas de inscritos de los mejores de Canarias. “Mis mejores carreras, sin duda, las realicé en los rallies de El Corte Inglés. En aquella época se corría diferente. Las carreteras estaban plagadas de aficionados, incluso de madrugada porque la carrera no se paraba por la noche”, matiza.

 

 

No faltaban los patrocinadores

 

“Estoy muy agradecida a todas las muestras de apoyo que recibí en aquellos momentos. Muchas personas me ayudaron. No me faltaban patrocinadores”, matiza con una sonrisa de satisfacción. “Muchos venían a firmar una sponsorización con mi equipo, porque se daban cuenta de que los aficionados querían vernos y las empresas querían la publicidad en mi coche”. Se acuerda “de muchas personas del motor, aunque tengo un especial agradecimiento a Diego Suárez: Un hombre muy correcto y siempre amable. Tengo una anécdota con él: En una ocasión cambió de vehículo de carreras y el que tenía hasta entonces recibió varias peticiones, entre ellas la de sus hermanos. Diego me dijo: Toma Mari Pino, el Honda es para ti. No se lo había pedido, pero él entendió que la persona adecuada era yo”.

 

Mari Pino reconoce que las subidas automovilísticas eran las pruebas que menos le agradaban. En las otras se divertía mucho. “Me impresionaba ir a toda máquina y no ver la carretera porque el público saltaba al asfalto para animarme. También ocurría con otros pilotos de primera línea. No podía parar, pero de manera exacta la gente se apartaba a tiempo para que pasara el coche y poder ver los obstáculos o curvas del camino. Como digo, el automovilismo de aquella época era diferente. Hoy estas cosas son imaginables”.

 

 

El deporte del motor había florecido tras aquella primavera del 72. Ocupaba en Gran Canaria grandes titulares de prensa, páginas y páginas en los diarios escrito, programas especializados de radio, retransmisiones en directo 24 horas y también espacios televisivos. Peña Mayor era una de sus protagonistas en aquellos años setenta y ochenta, a veces única representante femenino en una lista de equipos inscritos cercano a la centena.

 

 

“¿Mi mejor coche?. Quizá el Renault GT Turbo, con el que me identifiqué muy bien”, apunta. “Claro que tuve accidentes, algunos importantes con varias fracturas. Pero los coches estaban bien preparados. Por cierto, en aquel entonces los mecánicos iban detrás de nosotros y reparaban los vehículos en carrera. Yo, de mecánica, lo justo, ¡eh!. Aunque me defendía”.

 

El ejercicio deportivo de Mari Pino Peña no era profesional. “Mi tiempo estaba muy racionado. Era profesora y mi actividad, sobre todo, la desarrollé en Telde, Marzagán y Santa Brígida. Tenía que atender a mis hijos, la casa, … y el resto del tiempo a entrenar y preparar las carreras. Junto a la tinerfeña Hortensia Hernández fuimos las que más tiempo dedicamos en Canarias al deporte del automovilismo de forma continuada”.

 

 

“En mi caso”, añade, “me sentía como una reina entre los pilotos de Gran Canaria. Tengo una opinión muy buena de todos mis compañeros de competición. Eran mis rivales, pero también mis amigos. Me trataron con mucho cariño y respeto. Sé lo que suponía para ellos mi presencia en las competiciones”.

 

 

A finales de los años ochenta, Mari Pino decidió ‘colgar el volante’. Pero el motor no abandonó su vida. Aythami y Flavio Alonso Peña, por este orden, también habían saltado al asfalto para agrandar la leyenda familiar. “No crecieron en la playa, como en mi caso, sino en el campo. Se criaron en libertad y desde chicos ya estaban mostrando que llevaban en la sangre el deporte del motor. ¡Qué puedo decir!. Me encantaba ver a mis hijos en las carreras. Fue el destino de nuestras vidas”. 

 

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