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Opinión

  • Decía Alberto Molina, en Tinta Amarilla, antes del partido del pasado domingo, que "aquellos derbis eran muy pasionales, como ahora. Pero se diferenciaban en una cosa: no hay mala uva en las gradas". Y es una verdad como un templo. Lo que se ha vivido la pasada semana, e incluso, después del encuentro, es demencial. Un partido de fútbol no se puede convertir en una guerra entre dos islas, ni entre nadie. Está bien estimular a los jugadores, aunque particularmente pienso que ellos pasan de eso, pero extrapolar un encuentro entre once jugadores a los términos que he podido comprobar, sobre todo en las redes sociales, es algo desproporcionado, que lo único que conduce es a suscitar violencia, y la verdad, yo no miro el fútbol como eso.

    No voy a negar que fui al Estadio con la convicción de que Las Palmas le iba a ganar al Tenerife. Ese era mi deseo, como el de miles de personas. Me indignaba que los chicharreros se dedicaran a "romper" el juego que intentaban crear los amarillos. Que los Vitolo, Rául Cámara, etc, sacaran a relucir su veteranía simulando lesiones para perder tiempo y el ritmo de juego. Me indignaba en aquel momento, pero tras el partido, comprendía que esa era el arma que tenían para poder sacar algo positivo del coliseum grancanario que se vistió de gala para la ocasión. Era su juego y encima contaron con un error de Momo para marcar en una de las pocas ocasiones en que se acercaron al marco de Casto. Maxi Pérez no desperdició la ocasión, aunque la respuesta de Hernán fue soberbia.

    Está bien que exista rivalidad, que las aficiones vibren con esto que quieren definir como la "fiesta del fútbol canario". Recuerdo como en el viejo Estadio Insular, en partidos de este tipo, había más de un canarión paseando por las gradas, una sardina (o un chicharro) de plástico de grandes proporciones colgado en una caña, al que le respondía un tinerfeño llevando un pájaro canario en una jaula. Eran cosas simpáticas, que más que indignación, sacaba sonrisas en los rostros de los aficionados. Se jugaba el partido, había intensidad, como en cualquier otro, pero al final, a tomarse una cerveza a los Hermanos Rogelio. Hoy no. Policía por todos lados -ojalá hubieran estado el día del Córdoba-, coches patrullas con las luces azules encendidas como si estuviéramos sitiados. De pena. Yo quiero un derbi desde el respeto. Que gane Las Palmas, pero si no puede ser, mañana es otro día, que hay problemas en Canarias mucho más grave que si gana, pierde o empata un equipo de fútbol.

    Y tras el empate, a sobreponerse, y a pensar que la Liga de la UD Las Palmas (líder de la categoría) no está con el Tenerife (en las puertas del descenso). Ahora se va a Gijón y luego viene el Betis. Doy por bueno el regalo a los tinerfeños para que continúen intentando sacar la cabeza del pozo de la Segunda B, si se sacar los próximos seis puntos en juego. Ahí está la competición de los amarillos, aunque el domingo nos quedaramos rascados de ver como los directivos del Tenerife, con el sirio Amid Achid al frente, se abrazaban eufóricos en el palco. Por cierto, el empresario quiere a Paulino Rivero al frente del club. ¿Qué intereses nos estarán ocultando?