El derbi de Lobera sigue jugándose
05/12/2013

Por Manuel Borrego

Perder un derbi no es un drama irreparable. No es la primera vez que ha ocurrido ni la última, sin duda. El resultado no obstante deja secuelas porque resuelve en un sentido u otro todo el apasionamiento siempre exagerado que se ha vivido antes y durante. Perder un derbi tampoco puede convertirse en un juicio sumarísimo a la gestión de una temporada. Ni lo uno, ni lo otro. Hemos visto derrotas, empates y victorias de la UD Las Palmas en el Heliodoro y respuestas de todo tipo. Algunas reacciones resultaron a nuestro entender confusas: tras el 2-0 de 2003-04, camino de Segunda B, mil grancanarios ovacionaron como héroes a los jugadores de David Vidal en la grada de San Sebastián. Ocurrió después de padecer el bochorno de una de las peores actuaciones amarillas en territorio comanche. Tras el 1-1 de 2010-11 con Paco Jémez, viviendo en la agonía hasta el gol de Quiroga, el entrenador cordobés fue manteado por sus jugadores como si de una hazaña histórica se tratara. Tras el 3-0 de este miércoles pasado, Lobera no puede convertirse en un entrenador con tridente y capa roja. Eso tampoco se ajusta a la realidad y el posderbi presenta un escenario que en ciertos aspectos se aleja de ella.

Estas pasiones tan extremas han de saberlas digerir al margen los responsables del club, asimilarlas con la normalidad que supone el paso de una jornada a otra con un resultado abrasador. Sin duda, la derrota en el derbi es el más duro episodio que se ha vivido en la etapa del entrenador aragonés, el mismo hombre que llevó la pasada temporada a la UD Las Palmas a la promoción de ascenso y el mismo que hace apenas dos jornadas tocaba las puertas de la zona directa a Primera. Ese es Lobera, el de los aciertos y errores, que de todo puede haber en su gestión.

Pasadas las primeras horas tras el duro resultado, habló Valerón para dar una de esas lecciones suyas sin balón. Dijo una frase que debe recogerse en el vestuario, en los despachos de Pío XII, en la mesa de reunión del cuerpo técnico y en la grada: "Sólo los equipos que están capacitados para el ascenso sabrán gestionar los momentos de dificultad como los que estamos viviendo". Lo que señala Valerón es que un colectivo soluciona la adversidad con pegamento, no con dinamita.

La gravedad del 3-0 en Tenerife, a nuestro juicio, no es la pérdida de los tres puntos, las decisiones técnicas de la formación, los cambios o la escasa respuesta del equipo ante el conjunto blanquiazul. Esas son circunstancias puntuales de un partido, sea o no derbi, que además quedó condicionado en la primera parte. El problema de Las Palmas es que ni siquiera en el clásico del fútbol canario, con la exigencia histórica que conlleva, nos ha mostrado a plena luz al candidato que aspira a la Primera División. Y eso ocurre después de 17 jornadas en una competición que no se ha fraccionado aún como ha ocurrido en años anteriores. Todo el pelotón está aún compacto, sin que el tour de la categoría presente escapadas hacia la meta.

En estos cuatro meses de campeonato la UD nos ha enseñado su intermitencia en el juego, apenas unos ratos de calidad, sin la continuidad requerida que exige una competición donde se premia la regularidad. El daño invisible del derbi es que ni siquiera en él los apasionados amarillos de la grada han sentido que el equipo es capaz de ofrecer todo el potencial que atesora su plantilla. Y esa sí es responsabilidad del entrenador; su verdadero derbi sigue jugándose.

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