
Por Manuel Borrego
Juan Carlos Valerón ya genera para la UD Las Palmas. Ha sido inmediato. El día que hoy se ha vivido en el Estadio de Gran Canaria merecerá ser recordado como un instante memorable en la leyenda del club. Un jugador de tanta talla como es la suya ha despertado el debate y, sin duda, el deseo de que la temporada oficial comience para ver cómo transforma en rédito balompédico esa ilusión que él mismo expresa. En las gradas del Estadio de Gran Canaria había gente que nunca vio jugar a Valerón de amarillo, un buen puñado. Había otra parte que lo vio apenas. Y todos se movieron este día por el mismo entusiasmo, unidos por la misma causa que Juan Carlos.
Él llegó contando esas historias tan 'valeronianas', con su dulce voz y una gracia que ha madurado en el tiempo. Juan Carlos nos ha brindado, sin pretenderlo, una jornada mágica, que provocó colas en la tienda oficial y en el acceso de los abonados, que ya se acercan a los cuatro mil. Hizo que los aprendices del filial se detuvieran a mirar a distancia cómo es ese toque tan elegante que le convirtió en uno de los referentes futbolísticos de España. Hizo también que entre periodistas y aficionados se hablara de aquel momento de su nacimiento deportivo y de no sé cuantas historias.
Nos forzó a buscar en el tiempo un fichaje con tanta expectación, como el que ha causado su regreso. Quizá la presencia del Turu Flores en el 96, presentado a la par con su paisano Alejandro Simionato. Quizá también el regreso de Miguelito Brindisi en el 91 cuando volvió como entrenador amarillo, que llevó a los graderíos a un buen puñado de hinchas con añoranza. Valerón es otra cosa: actuó él solito, con su donaire, su andar de Arguineguín, su toque de balón y su todo.
En la plantilla de la UD Las Palmas no queda un futbolista que compartiera con él (de amarillo, claro) algún minuto en el campo. Momo lo hizo en su etapa deportivista. Le tendrán que conocer más. Pero nos quedamos con el pasaje de Nauzet Alemán, sin duda ilustrativo de lo que ya ha cautivado en el vestuario. "A Valerón lo vi jugar, claro. Yo era un niño, estaba en el Estadio Insular como recogepelotas el día de la lesión de su hermano frente al Barcelona. Pertenecía a la escuela del Cabildo, aún no había llegado a la Unión Deportiva. Y, ya ves: ahora soy su compañero".
Esto también es magia.