El agotamiento y el cambio climático obligan al abandono cuando la expedición canaria estaba a 6.055 metros de altitud
Katmandú / Esta vez no pudo ser. Juan Diego Amador y David Pérez se quedan con la miel en los labios y se ven obligados a renunciar a la cima del Nerika Peak a escasos 100 metros de la cumbre. El tinerfeño Amador fue el primer alpinista canario en la historia en hacer cumbre en el Everest (17 de mayo de 2004).
No siempre el esfuerzo se ve compensado con la consecución del objetivo. Amador y Pérez llevan tres semanas trabajando duramente y arriesgando su integridad para intentar coronar una cumbre en el Himalaya, pero el mal tiempo y la dureza extrema del objetivo les han obligado a abandonar. Los alpinistas empezaron a dar forma a este proyecto desde su expedición a Perú el verano pasado. Allí funcionaron bien desde el principio, hicieron una buena cordada y cada uno complementaba al otro; mientras Amador cuenta con dilatada experiencia en alpinismo de altura y tiene una gran fondo, Pérez es un escalador muy técnico. Las cimas conseguidas en Perú les llevaron a soñar con un reto mayor, nada más y nada menos que intentar una cumbre no coronada.
Las gestiones para buscar el objetivo comenzaron desde septiembre, consultas a amigos, llamadas a la embajada de nepal, estudio de cartografia y un largo etc, hasta que finalmente en diciembre tenían nombre: el Nireka Peak. Se trata de una montaña cercana al macizo del Everest y que Amador ya había visto desde el Campo III del gran coloso. Por delante les quedaban tres meses de entrenamientos y preparativos. Sabían que se enfrentaban a un objetivo en el que las garantías de subir eran mínimas, pues el propio hecho de que una montaña de 6000 metros siga sin ser ascendida habla de su dificultad, pero esa había sido precisamente su principal motivación: la incertidumbre de un terreno por explorar.
La semana pasada, en cuanto mejoró el tiempo Amador y Pérez se pusieron de nuevo manos a la obra; se habían recuperado físicamente y subieron cargados de motivación. Al llegar a la tienda del Campo I descubrienron que la nieve caída los últimos días había tapado las cuerdas fijas instaladas, por lo que desde el primer momento les llevó un esfuerzo considerable recuperarlas. Aún así ascendieron con rapidez hasta los 5.900 metros.
A partir de aquí el terreno era desconocido nuevamente; porteaban 200 metros de cuerda, seis estacas y seis tornillos de hielo, lo que estimaron suficiente para poder equipar los metros que distaban entre el lugar hasta donde lograron escalar las semanas pasadas y la cima del Nireka.
De nuevo deciden alternarse los largos de cuerda, Amador acomete las primeras rampas de hielo. Las condiciones del terreno se antojaban malas desde el principio; una fina capa de nieve de 10 centímetros cubría el hielo cristal, por lo que los crampones no se fijaban con seguridad y resbalaban cuando se les exigía demasiado. El espesor de la nieve era insuficiente para asegurar con estacas pues a penas se hundían y enchufar un tornillo de hielo suponía limpiar la nieve caída. Ante estas condiciones del terreno la progresión se volvió muy lenta e insegura.
Desde los primeros largos de cuerda fueron conscientes de que llegar a la cumbre sería realmente complicado. Aún así, poco a poco fueron ganando altura. A medida que ascendían les caían trozos de hielo que el viento del norte arrastraba desde la cima. Las condiciones eran duras pero de momento el día estaba despejado.
Rebasados los 6000 metros pudieron divisar la antecima, para su sorpresa un regalo de la geomorfología glaciar: una cornisa de hielo azul que a modo de visera impedía el acceso directo a la cima principal. David Pérez, más experimentado en escalada en hielo toma la iniciativa ahora.
A medida que ascienden el hielo es más duro y frágil, cada vez que clavaban el piolet saltaba un trozo, pero por fin el altimetro supera los 6.000 metros. Siguen avanzando muy lentamente y alternando los largos. Las horas pasan y apenas ascienden 40 metros hasta que montan una reunión a los 6.055 metros en la antecima del Nireka, superados los duros muros de hielo. Por delante adivinan una gran grieta que separa ambas cimas y el muro final que da paso a la verdadera cumbre. La tienen al alcance de la mano, a escasos 100 metros en línea recta.
Ante esta situación deciden valorar la situación. Estiman que les quedan al menos dos horas de actividad hasta la cumbre, el reloj marcaba las tres de la tarde, el altimetro 6.055 metros y se avecinaban nubes desde el fondo del valle. Lo más fácil hubiera sido continuar, seguir con las mismas ganas y buen hacer que habían demostrado hasta esa cota, y continuar victoriosos hasta tocar el cielo. Pero lo cierto es que ambos estaban agotados, se les echaba encima el mal tiempo y les restaba un terreno muy técnico y desconocido. Así que con la experiencia acumulada sólo les quedaba un ejercicio, el de la honestidad y humildad de renunciar.
Lágrimas de hielo
Amador confirma que "este es el momento más duro, renunciar a la cima cuando la tienes al alcance de la mano". A los 6.055 metros y aproximadamente a 100 metros de la cumbre instalan una reunión y una línea de cuerda por la que repelan hasta la sección de rocas. "Durante este tramo de descenso la comunicación se limitaba a las operaciones necesarias para un descenso seguro. El buen humor y la motivación que nos habían acompañado durante estas semanas de repente desaparecieron, quizás también congeladas por el frío glaciar. Permanecimos prácticamente en silencio hasta llegar a la seguridad de la tienda del campo alto. Allí nos miramos y cada uno fue testigo de como al otro le brotaban lágrimas bajo las gafas de sol: era el momento de descargar la tensión y la frustración que supone no culminar".
Amador y Pérez permaecieron en el campo de altura valorando la posibilidad de un nuevo intento, consultaron la meteorologia y ante la inminente llegada de un nuevo frente decidieron bajar campo base y emprendieron el camino de vuelta. Al envío de esta crónica los expedicionarios empezaban el descenso de 70 kilometros andando hasta Lukla, para desde allí volar a Katmandu.
Amador manifestaba sentirse muy frustrado porque nunca ha abandonado tan cerca de una cima y con un trabajo tan bien hecho, pero afirmaba sentir una gran satisfacción por haber luchado duramente por este ambicioso reto. Son conscientes de que aunque les ha faltado la guinda, han tenido la suerte de estar en el corazón del Himalaya, intentando una cumbre virgen, en solitario y llegando a los 6.055 metros, pero sobre todo, de tener la fortuna de regresar más amigos aún, sanos y salvos, y con un montón de retos por intentar en la mochila.
Al alpinista le quedan diez dias para poder regresar a la capital de Nepal, por lo que estima su llegada a Tenerife en torno al 1 de junio. En unos dias espera compartir en su perfil de Facebook las mejores fotografias de esta expedición.