
El colegiado Francisco Santana amonesta a todo la plantilla del Candelaria y debe salir de Las Huesas escoltado por las fuerzas de orden público
Este pasado fin de semana un nuevo episodio de abierta polémica se originó en el terreno de Las Huesas, durante y después de la luchada disputada entre el Castro Morales y el Candelaria Mirca. El colegiado Francisco Santana amonestó a todo el conjunto palmero, en nombre del capitán Jairo Rodríguez, por invadir el terreno para de manera colectiva protestar las decisiones del juez deportivo en la última agarrada entre Romén Luis Catire IV y Fafi Martín, resuelta para el puntal A del club teldense por el corto margen de una amonestación. En realidad, podría considerarse como una decisión indulgente pues es probable que no oyera con claridad lo que allí se vociferaba.
El vicio de la protesta galopa sin freno en todos los terreros del Archipiélago, sin distinción de condiciones o categorías. Nace en los propios banquillos y desde la primera oportunidad que se brinde. El mito del deporte noble y mirada limpia es un icono que necesita repararse con una reflexión desde dentro: clubes, federativos, árbitros y, por supuesto, luchadores y aficionados. Porque dirigir encuentros bajo la condición de quién eleva más decibelios o logra antes el objetivo de la intimidación es una pésima costumbre que puede tener desenlaces aún más desagradables.
A Francisco Santana se le protestó desde la primera decisión y en ambos bandos. Es curiosa la actual lucha canaria a diferencia de otros deportes: al llegar la hora del definitivo 11-11 y en el escenario de la definición de una victoria, el volumen en el terrero aumenta pero rara vez se produce para animar a los bregadores, sino para acosar a los colegiados. Eso, en grado extremo, ocurrió en la noche del sábado cuando iba a definirse la victoria de la segunda jornada de la Liga Regional. Cualquier decisión del árbitro tiene un componente de subjetividad innegable y, en consecuencia, puede ser objeto de debate. Están en un callejón sin salidas. En esta ocasión, en medio del alboroto, Fafi y el Candelaria resultaron perjudicados. "Si te cuento lo que nos hacen en La Palma ..." respondía uno de los luchadores del club teldense, entre el alivio y la alegría del triunfo.
Las escenas posteriores sobrepasaron los límites de la deportividad o de la tolerancia, una vez más. Hasta el punto de que Santana necesitó la ayuda de la Policía Nacional para acceder a vestuarios y salir luego de paisano de la instalación. Varios minutos después de haber acabado la jornada, un puñado de luchadores visitantes esperaban en la puerta del habitáculo arbitral; otros rivales del Castro Morales les rodeaban tratándoles de calmar ... hasta que por fin vino la autoridad.
El paradigma de la deportividad, a modo de bofetón sin manos, se importó hace unas pocas fechas con motivo de la visita de la selección universitaria surcoeana para enfrentarse en varios terreros a combinados de las islas en la doble modalidad compartida con ssirum. El seleccionador coreano se percató de un error de apreciación arbitral concediendo a su luchador Choi una victoria que le correspondía a Agustín González Pollo de La Candelaria. La opinión del técnico hizo rectificar al marcador en un gesto que hoy, en nuestro deporte vernáculo, sería inimaginable.
La de la protesta es una costumbre que no por ser asidua deja de embarrar un deporte que se practicó con otro espíritu en generaciones precedentes. Alguien debe poner orden porque el cántaro acude demasiadas veces a la misma fuente.
Piedrita