La escalofriante cifra de tarjetas recibidas por la Unión Deportiva Las Palmas es motivo de preocupación. Ya se ha llegado a la maldita cifra de trece tarjetas rojas a jugadores, cuando sólo ha transcurrido poco más de media campaña y eso siempre tiene trascendencia. Puede que en algunos casos se salve los muebles, pero en la mayoría el equipo que juega en inferioridad numérica esta llamado a la derrota, y esa perdida de puntos esta llevando a los amarillos a estar en la zona media de la tabla, mirando hacia arriba, pero de reojo también a la zona roja, y lo que es peor, que la afición no acuda en el número que se desea, ni con el entusiasmo que debería, porque la irregularidad es la tónica partido tras partido.

Echar la culpa a los árbitros es la excusa barata. No vamos a negar que algún colegiado se haya equivocado en contra de los intereses de la UD, pero ¿tenemos en cuenta cuándo los fallos son a favor?, y también los ha habido y han supuesto algún punto más en la clasificación. Pero eso le pasa a todos los equipos, no sólo a Las Palmas, y es lógico que existan aciertas y errores a lo largo de un campeonato tan largo, como también los tienen los entrenadores o los propios jugadores, que a veces la pifian, y somos comprensivos.

No vamos a descubrir nada nuevo si decimos que el banquillo de la UD Las Palmas, desde que comienzan los partidos, es un hervidero. En el colectivo arbitral, cuando hablan de él, dicen que "es un polvorín", y esa mala fama se ha ganado jornada tras jornada. Y es desde ahí, desde el banquillo donde se dirige al equipo en todos los sentidos, desde darle más mordiente al jugador que está pasando por una pájara, o serenar a aquel que está pasado de rosca. Hemos visto en el mismo Estadio Gran Canaria protestas absurdas tras correr más de cincuenta metros que llevan la reacción del árbitro mostrando la cartulina. Eso hay que corregirlo. Las entradas a destiempo, el no jugar tanto con los brazos, en definitiva, que demuestren que son profesionales, que salen para jugar noventa minutos.